Código 113
Sus manos, rodillas, el rostro, todo cubierto de polvo, no
había duda de ello, la caída adrede luego de tropezar con la piedra que ya
conocía no causó efectos diferentes. El mismo extraño estremecimiento, la casi
inteligible congoja, las ganas de llorar contenidas y la ausencia de sangre. Definitivamente
la herida no era lo suficientemente profunda para sangrar, no, definitivamente
no. Y como si fuera poco, los fragmentos milenarios de veneno ocultos bajo una
túnica de verdades a medias, de mentiras que ya sólo causan cosquillas una vez
que las descubres…fluyeron de nuevo, como si fuese la primera vez en un
sentimiento contradictorio de alegría y odio. ¡La victoria estaba cerca! Podía presentirlo,
pero no era suficiente, no lo era.
Consiguió que las murallas se alzaran majestuosas sobre él,
después de todo no era más que un menudo cuerpo recostado sobre la gastada
alfombra de una vieja casa. Consiguió también que la brecha entre el pasillo y
la ventana aumentaran. Todo pareció de pronto el letargo de un gigante dormido
hace mucho, tanto tiempo que ya nadie lograba recordar su origen pues se perdía
entre las hebras del pasado y el presente, entre los comentarios absurdos y la
desesperación de un ritmo agitado y amedrentado, veloz e inconstante. Estaba
seguro que de haberse detenido allí todo terminaría. Las sombras bailaron nuevamente,
acompañadas de melodías que parecían pertenecer a ruiseñores y crujidos de un edificio demacrado que lucha por mantenerse en pie durante una tormenta. El
rito recién comenzaba.
El paso siguiente, levantarse. Podría gritar a todo pulmón,
hasta escuchar su propia voz quebrantada y la respiración agitada, ahora estaba
solo, lo agradecía, se sentía patético, lo era. Todos sus sentidos eran
agradablemente distorsionados a causa del veneno. Quiso mover sus piernas pero
en vez de ello se movían sus manos. Con temor las alzó e intentó en observar la
yema de sus dedos gracias a lo que parecía ser un vertiginoso rayo de luz. No
logró ver, pero sí logró escuchar, sí, lo hizo. Escuchó un brillo de lucidez que
no tardó en desaparecer…
¿Qué hice mal esta vez?
El extraño murmullo se transformó en silencio sólido, pesado
y abrumador, silencio que recorrió el sucio cabello del muchacho en una brusca
caricia que continuó por sus manos y pies. Ya era tiempo de ejercer la calidad
de los cálculos, antes, durante…después…
Tal vez en una próxima oportunidad resulte…cuando me lance de un puente
…de seguro la caída a larga distancia ayuda…
Habló de nuevo, por última vez, semejante a la primera, con
ausencia de presencia, silencio y suerte. Todo se había desmoronado, no había
opción de continuar, tendría que esperar hasta una próxima vez.
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